José Guastalla luchó como mecánico de aeronaves y desde hace dos años vive en Londres, como auxiliar del agregado de Defensa de la Embajada argentina.
Dos experiencias, un objetivo de servir al país y una frase que las resume: “Estoy en desacuerdo con las políticas del Reino Unido, pero nunca tuve odio con el soldado que peleó”.
En momentos de tensión entre Argentina y el Reino Unido por la soberanía de las islas, paradójicamente entre quienes pelearon en la guerra de 1982 hay una relación de “respeto”.
Esa palabra eligió Guastalla, quien es suboficial mayor y cuyo cargo como auxiliar del agregado de Defensa de la Embajada argentina finaliza esta semana, para calificar los encuentros que tuvo este tiempo con oficiales británicos.
“Estoy en desacuerdo con las políticas del Reino Unido, pero nunca odio con el soldado que peleó”, explicó y agregó: “Ver que en todos los foros se trate el tema Malvinas me da satisfacción personal, porque algún día, antes de morir, quiero ver que el sacrificio y el esfuerzo de muchos no haya sido en vano”.
El suboficial rindió, hace dos años, el examen para ocupar el puesto de auxiliar del agregado de Defensa de alguna de las embajadas argentinas. Por su nota, el destino sería Londres, en lo que se podría interpretar como una "broma pesada" y que él mismo explicó le generó “sentimientos encontrados”.
No era para menos. Su cabeza todavía revive con detalles la guerra de la que participó cuando tenía 22 años. Desde que partió de Reconquista con el escuadrón Pucará el 8 de abril, la escala en Comodoro Rivadavia con el objetivo de preparar los aviones y luego su viaje a las islas: primero Puerto Argentino y luego Pradera del Ganso.
“En un par de días empezó todo. La primera impresión de sentir el ataque enemigo es fuerte. Algo particular que tienen los ex combatientes es que el primer bombazo te deja loco. Si pasaste esa prueba, seguís”, recordó gesticulando con sus manos.
Sin cambios en el tono de su voz, narró las dos oportunidades en las que la muerte tocó su puerta. La primera el 1 de mayo, “el día más largo en la isla”, según Guastalla, cuando en un ataque de los aviones Sea Harrier ingleses fallecieron el primer teniente Daniel Jukic y 7 suboficiales, además de dejar 11 heridos.
“De esa zafé. Cuando escuché el ruido del reactor, me di vuelta y vi unas bombas belugas y otras que tiraban con paracaídas. Son segundos que te dejan helado. Reaccioné cuando empezaron a caer las piedras, el barro, los pedazos de esquirlas y busqué refugio. En el silencio después de la tempestad me levanté y empecé a escuchar los gritos de heridos y ver el daño que ocasionó”, describió en diálogo con Télam.
Con el desembarco británico en el estrecho de San Carlos, parte del escuadrón se movilizó a Puerto Argentino. Allí, el 29 de mayo, cerca de la medianoche, un misil mar-tierra impactó a dos metros de donde se encontraba Guastalla, y una esquirla le atravesó cinco veces las vísceras, vejiga, parte del intestino y se alojó en la última vértebra de su columna.
“Estaba de espalda así que no pude ver el misil. Sentí la explosión, la bola de fuego y un calor inmenso. Me tiré al suelo y me tapé la cabeza. No sentí dolor ni nada”, narró el suboficial mayor, que logró ir por su cuenta a un refugio.
“Un compañero se dio cuenta de que tenía una perforación y llamó al enfermero. Yo pensé que estaba exagerando. Vino la ambulancia, preguntaron por el herido grave y le dije ´no sé, pero míreme a mí que tengo un agujero en el estómago´”, explicó, señalando el lugar donde entró la esquirla.
Tuvieron que pasar tres operaciones y meses de recuperación para dejar de ser un visitante diario del hospital aeronáutico que queda en Pompeya. “Me sacaron todas las vísceras, lavaron, cortaron y emparcharon”, recordó.
Pese a toda esta carga física y emotiva, sus dudas sobre ir a trabajar a Londres se disiparon rápidamente, cuando compartió la noticia con su familia: “Todos estaban contentos y me di cuenta que realmente quería esto. Una de las razones era conocer más de cerca, como personas, contra quienes combatimos”.